AVES DE RAPIÑA SOBRE VENEZUELA
no las ve disputándose una tarima, lidiándose un micrófono o ensañándose con un ministro en una interpelación parlamentaria, para luego, en el ínterin, pedirle el favorcito por la tramitación de la orden de pago del alcalde amigo o la agilización del trámite del cheque de perencejo, entonces uno termina de convencerse de la “cándida” rapacidad que las acompaña. ¿Qué quieren cuando usufructúan el descontento?, ¿ser candidatos presidenciales, una curul, un contrato, qué desean? Me atrevo a desmentir a Dostoyevski cuando legó para la posteridad que “Dios y el Demonio se disputaban el alma del hombre, y el campo de batalla es el corazón de ese desdichado”. Eso sería en las noches de los crudos inviernos siberianos. Hoy, en la realidad nacional, quienes se pelean nuestra alma son estos usurpadores, atorrantes de oficio, y es precisamente nuestro corazón el campo donde libran sus escaramuzas, porque encima pretenden llegar para convencernos de la necesidad de su presencia en la dinámica social. Señores y señoras, estamos ante verdaderos enjambres de taimados holgazanes disfrazados de clérigos del Medioevo.
Uno los escucha y la sensación es impresionante: ¡mejor actuación no pueden tener estas momificaciones del Santo Oficio! Si sus palabras tienen eco entre el entorchado y los kepis, entonces no pasará mucho tiempo para que estos cruzados se enrojen sobre nosotros, acusándonos de ñángaras y, en consecuencia, qué nos espera sino la hoguera. En mi caso, yo no me salvo porque ni siquiera AVES DE RAPIÑA SOBRE VENEZUELA u Ojo Clínico puedo apelar a la esperanza de convertirme en franciscano, mucho menos en dominico, aquellas órdenes mantenidas más allá de lo profano. No nos queda más que orar entonces porque el Todopoderoso nos libre de esta resurrección inquisidora que en vez de brujas, blasfemos y adivinos, ve ahora rojos hasta en la sopa. No se extrañen si surgen turbas lideradas por gorras y sotanas dispuestas a quemarnos vivos. No habrá otra razón sino el exterminio de todo aquel sospechoso de subversión. Para ello somos herejes y tarde o temprano nos excomulgarán. Manipulación y terror. Con ellos, si nos negamos a obedecer, nos aguarda una condición de pordiosero. La casta de la rapiña politiquera nunca ha estado en crisis porque ella es la prestamista y arrendataria de los tributos del sistema; nosotros, en cambio, podemos terminar como el rey Felipe: comido por los piojos.
BIBLIOGRÁFICA
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=35601915
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